Mientras que el USS debe cruzar el Estrecho de Taiwán en agosto de 2020, su armamento sofisticado, apoyado por tecnologías microelectrónicas de vanguardia, ilustrada una realidad poco conocida: la supremacía militar y económica ahora se basa en materiales tan discretos como es esenciales, semiconductores. Estos chips, grabados en silicio, alimentan no solo nuestros teléfonos inteligentes y computadoras, sino también la infraestructura de defensa estratégica.

China, muy consciente de su dependencia de las tecnologías estadounidenses, invierte miles de millones para construir una industria nacional de semiconductores y escapar del control estadounidense. En frente, Estados Unidos redobló estrategias, como el registro de Huawei en la lista de comercios negros, para mantener su liderazgo. Estas sanciones, aunque técnicas, reflejan un miedo: que China algún día no toma el control de las cadenas de suministro mundiales.

Taiwain, en el corazón del conflicto

El papel de Taiwán, con su compañía TSMC, el líder mundial en fabricación de pulgas, amplifica esta rivalidad. Su experiencia única en litografía y miniaturización coloca a esta pequeña isla en el centro de una intensa competencia económica y geopolítica.

Esta guerra de semiconductores, un reflejo de las ambiciones tecnológicas de las grandes potencias, va más allá de la simple búsqueda de innovación. Como explica Chris Miller en La guerra de semiconductores (Ediciones du Toucan/L'Artilleur, 2024), esta batalla redefine el equilibrio de las fuerzas globales, donde el control de la información y la tecnología determina el futuro de nuestras sociedades.