Desde hace dos años, la ola de inteligencia artificial (discriminatoria y, sobre todo, generativa en los últimos meses) ha arrasado las redacciones, las soluciones de los proveedores y, en última instancia, los sistemas de información. La revolución está en marcha y los incrédulos se quedarán abandonados a un lado de la autopista de la innovación. Reconocimiento de voz, CDN, manipulación de datos, indexación, planificación, gestión de datos, edición de imágenes, chatbot, traducción... nada escapa a los algoritmos y a su capacidad inigualable de procesar grandes cantidades de datos para ofrecer recomendaciones, tomar decisiones o actuar en función de ese conocimiento. Como nos admitió tímidamente el director de marketing de un proveedor estadounidense a principios de marzo en San José, "sin la inserción de un dispositivo de inteligencia artificial en nuestra plataforma, los inversores se echarán atrás". Detrás de esta observación verificada por otros actores del mercado, hay una revolución inevitable: la IA invisible: la inteligencia artificial es una característica que refuerza una herramienta de análisis, discusión o generación de documentos. No existe un software de IA independiente que se ejecute en un dispositivo. La invisibilidad de la IA es posiblemente su mayor fortaleza, ya que aumenta las capacidades humanas sin eclipsarlas, como nos dijo Amanda Blevins, directora de tecnología de BMC Americas, durante un debate sobre el tema en Santa Clara: “Estamos entrando en la era del ser humano aumentado”, aprovechando la IA para anticipar necesidades, eliminar problemas y trabajar de manera más eficiente. El futuro parece prometedor.